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lunes, 11 de diciembre de 2023

Audacia y originalidad

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza cierra sus proyectos vinculados a la Celebración Picasso 1973/2023 con Picasso, lo sagrado y lo profano, una exposición comisariada por Paloma Alarcó que se presenta en las salas 53 a 55 de la planta primera del museo. El discurso de la muestra propone estudiar la audacia y originalidad con la que el artista se acercó tanto al mundo clásico como a los temas de la tradición judeocristiana, desvelando su capacidad de integrar elementos y problemas del arte anterior y de reflexionar sobre la esencia última de la pintura. Picasso conjugó en su obra lo divino y lo humano en su sentido más amplio y profundo, e intuyó que, desde el principio de los tiempos, las expresiones artísticas habían adoptado una dimensión sagrada. Cuando mira al arte del pasado nos desvela nuevos modos de interpretar la historia y, con su clarividencia, nos sigue dando claves fundamentales al incierto mundo contemporáneo.



La exposición reúne un total de 38 obras, 22 de ellas de Picasso. A las ocho que pertenecen a las colecciones Thyssen se suman varios préstamos del Musée national Picasso-Paris y de otros coleccionistas e instituciones, así como pinturas de El Greco, Rubens, Zurbarán, Van der Hamen, Delacroix, una escultura de Pedro de Mena y algunos grabados de Goya. A través de tres décadas de su producción y alrededor de tres tramas temáticas, se establece un diálogo que pone de manifiesto la singularidad y las paradojas del arte de Picasso, su personal reinterpretación de los temas y géneros de la tradición artística española y europea y el modo en que los mitos y ritos tanto paganos como cristianos se fusionan en muchas de sus creaciones, sobre todo a la hora de tratar los asuntos más universales de la vida, la muerte, el sexo, la violencia y el dolor.


El arte era para Picasso un medio de exorcizar tanto sus propios temores como los desafíos de la humanidad y él mismo se consideraba una suerte de chamán, poseedor de un poder sobrenatural con capacidad de metamorfosear el mundo visible. Con esa convicción y rodeado de todo un mundo de referencias mágicas, Picasso desempeña el papel de intercesor entre pueblos y civilizaciones, entre el arte y el espectador, a través de unos temas en la que la distinción entre lo sagrado y lo profano apenas existe.


En Iconofagia se aborda la apropiación de determinados aspectos del pasado a través de la contemplación de las obras en los museos o de las reproducciones fotográficas que Picasso recopiló compulsivamente; Laberinto personal se centra en la narración de sus obsesiones personales mediante la reelaboración de los mitos y epopeyas clásicas, y Ritos sagrados y profanos se adentra en su acercamiento a los ritos paganos o a la herencia de lo sacramental a través de diferentes alegorías y cosmologías cristianas.


La historiografía picassiana es unánime al señalar la influencia que tuvo Goya a la hora de representar la catástrofe de la Guerra Civil española. En agosto de 1934, en el que sería su último viaje con Olga y Paulo a España, Picasso descubre los Desastres de la guerra, que le abrirían los ojos a la iconografía goyesca de la violencia. En la muestra se presentan dos aguafuertes de la serie: Estragos de la guerra y Duro es el paso! (h. 1810-1814). Se observa también una estrecha correspondencia entre las figuras evangélicas de la Dolorosa o de la Virgen con Cristo muerto con la mujer portando a su hijo muerto de Guernica. Lo vemos en el estudio para el cuadro Madre con niño muerto en una escalera (1937) o en el postscripto Madre con niño muerto (1937). Las dos figuras, que se deforman por la tensión y el dolor para ilustrar el momento del drama, se acercan a la expresión de sufrimiento de una Pietà.


La exposición termina con un dibujo preparatorio para El hombre del cordero (1943), una escultura de grandes dimensiones que Picasso se plantea como nuevo reto en pleno periodo de ocupación nazi en París. El artista vuelve una vez más la mirada a la tradición y recupera la imagen del pastor y el cordero, uno de los símbolos más antiguos sobre la salvación del hombre, cuya iconografía se remonta al Moscóforo o el Crióforo del arte griego, transformado en el Buen Pastor paleocristiano y recuperado en el Renacimiento. Creada en un momento de profunda crisis, esta imagen simboliza el terror de vivir en una Europa dominada por los totalitarismos, pero también la idea de un hombre de una enorme dimensión humana en medio de las ruinas. La capacidad de expresar esta dualidad - el bien y el mal, lo sagrado y lo profano - fue sin duda uno de los grandes logros de Picasso.





Por Flavia Tomaello,
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