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domingo, 1 de mayo de 2022

Para cambiar hay que acordar un programa

El descontento se generaliza. Es casi lo único que crece en la Argentina junto con dos enemigos públicos: la ignorancia y la pobreza. En los hechos todo está desacreditado y lo peor es que la Argentina se halla en las antípodas de aquella fama que la distinguió en el planeta hace apenas 120 años. Por entonces éramos la promesa del mundo. Hoy somos uno de los países más desprestigiados del orbe, acompañados por estados fallidos del África y las dictaduras de nuestra América. La desilusión y el hastío alimentan el pesimismo que a su turno torna inviable hasta la propuesta más saludable. No sólo no tenemos crédito financiero. Está ausente la credibilidad política. Como es la política la que condujo esta decadencia, es ella la que debe erigirse en el agente precipuo para revertirla. Empero, la política adolece de confianza social. Este es el círculo, más que vicioso, perverso, que nos mantiene peor que atrapados sin salida. En rigor, sí existe una salida que como sabemos es igual a decir que hay una opción exitosa. Es restaurar velozmente la confiabilidad. No se entrevé otro modo serio que mediante un programa de reformas que se exponga con antelación a los comicios y que implique un compromiso ante el pueblo ciudadano. El programa todo lo explícito que sea políticamente posible ayudará a consolidar la unidad de la coalición alternativa al presente gobierno. La unidad sólo porque está a la vista un triunfo electoral para que el 11 de diciembre de 2023 empecemos a deliberar qué, cómo y cuándo hacer lo que debemos realizar, me atrevo a aseverar que sería la ruina casi definitiva de la Argentina y el preludio del regreso ulterior del populismo, para esas circunstancias envalentonado y resuelto a arrasar con los últimos vestigios que queden de una organización republicana y de una economía racional. Debemos decirles a los argentinos que pedimos su voto para apoyar una flexibilización de las condiciones para contratar empleados porque está visto que con estas normas de medio siglo atrás lo que hemos logrado es que cada vez exista menos trabajo. Sin dudas, un disparo por la culata. Tenemos que enfatizar que el derecho de propiedad es una columna vertebral para sustentar el progreso y es una objetivo aspiracional para los sectores más rezagados. Esto en otras palabras significa volver al ascenso social a través del trabajo. Precisamente, el programa tendrá que enfatizar que la Argentina reemergerá con el trabajo, no subvencionando al desempleo sin límites temporales. Planes sociales por seis meses y como antesala del empleo, con subsidios también momentáneos para empresas nuevas o las que amplíen sus plantillas y contraten asistidos sociales. La Argentina que inhumará el ciclo decadente no admitirá parásitos pues quiere trabajadores. La evaluación constante de docentes y alumnos será una medida ineludible para retomar el abandonado camino de pueblo educado. No hay mayor empoderamiento del pueblo, no se conoce reivindicación superior para los estamentos postergados, que proveerlos de las condiciones para educarse y para trabajar. Toda otra apelación a la dignidad y a la ampliación de derechos que no pase por desplegar la educación y el trabajo es mucho más que falaz, es cinismo en estado (im) puro. El rol del Estado es otro aspecto central del Programa. La alternativa al populismo no debe vacilar en llamar por su nombre al aparato burocrático engordado a base de anabólicos electoralistas. Es cada vez más grande, pero fofo e inútil. Se autosatisface y además acumula cada vez más la savia del aparato productivo exprimiéndola hasta la exacción. Las consecuencias tóxicas son el déficit y cada vez más impuestos. “El Estado te cuida” es un fracaso formidable. La corroboración son el aumento de la pobreza, la ignorancia, el crecimiento de las barriadas precarias, la falta de cloacas, agua, pavimentos, transporte público – en las periferias hay que caminar más de 1 km para llegar a una línea de colectivos -, seguridad – los asaltos y hasta los homicidios ya son endógenos, es decir los delitos los cometen los vecinos contra vecinos, probándose que la declinación moral es más vasta y angustiante que lo que preveíamos hace dos o tres décadas. El programa también deberá abordar la cuestión del narcotráfico y del narcomenudeo que en los hechos es proveedor del trabajo que la nefasta política regulacionista enemiga del capital y de la inversión de riesgo ha ido segando. El Estado debe achicarse, racionalizarse, ser un servidor, no una carga. Hay que establecerlo sin circunloquios ni ambages. El mercado es uno solo. Empieza en el interno y continúa en el mundial. Cuanto más exportemos, más trabajo y mejor remunerado dispondremos ¡Basta de falsos dilemas! ¿Tributos a los exportadores? Esa insensatez se acabará. Para las ganancias está ese impuesto. Somos amigos del mundo entero, menos de las dictaduras. También, somos de este mundo occidental y de este hemisferio americano. Defendemos los derechos humanos más allá de simpatías ideológicas. Porque somos – o seremos – un país serio y coherente. El programa apuntará a traducir en hechos palpables el Preámbulo constitucional, incluyendo la defensa nacional. Porque la Argentina es un país de paz, pero sabe muy bien que la defensa bien preparada es disuasiva de cualquier agresión, sea estatal, paraestatal o de cualquier organización criminal internacional. El programa buscará devolverle prestigio a nuestra nación. Como enseña el maestro Hans Morgenthau el prestigio es un formidable factor de poder nacional. Su antónimo obviamente signa la debilidad, tal como hoy la sufre nuestro país. La alternativa al populismo debe ser lo más franca que resulte factible sobre la gravedad del cuadro de situación y no puede admitirse enmascarar sus diferencias internas, sino acometerse a resolverlas estableciendo buenas reglas partiendo de un elemento insoslayable, la buena fe. La Argentina está envuelta en debates - ¿debates? – viscosos. Otro punto principal es que la opción al populismo debe tener una narrativa clara y desmitificadora del ‘relato’, ese que nos está atrasando, confundiendo, enredando y polucionando. Por Alberto Asseff Diputado nacional (JxC) //
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