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domingo, 19 de mayo de 2024

Dizque el tiempo lo cura todo”

Unas veces lo advertía, otras no tanto, pero alcanzaba a presentir que ese día no llegaría. Entonces bajaba y se acostaba en el sofá, encendía la televisión y subía el volumen de tal manera que el ruido de la soledad fuera absorbido por el audio de la televisión. Sola, Inexorablemente sola. Se recostaba en el sofá y pensaba como sería un día de su vida se no hubiera salida esa tarde con su familia y los amigos de unas tías en los cuales venía Miguel. Vive con él hace 15 años. Sofi, su hija tiene 9 años y vive con sus abuelos, los padres de Miguel que viven a la vuelta de su casa. Decidieron que se quedara con ellos, mientras ella consiguiera un trabajo que le permitiera cuidarla y dedicarle tiempo. De eso hace ya cinco años. Miguel viaja todo el tiempo por las carreteras del país, conduce un bus Expreso Bolivariano y pasa por fuera la mayor parte de su tiempo.

Esa noche decidió salir a caminar, pero una sensación extraña que la habitaba desde hacía días, la hizo devolver, sacar su celular, su cartera y parar un taxi. – Me lleva a la Loma de la Cruz me hace el favor-. –Bueno señora, “la loma de la cruz”. Replico el conductor a baja voz. Veía las luces encendidas de las casas, personas afuera, sentadas en el antejardín, unas reían, otros conversaban. Esas escenas agudizaban esa extraña sensación que la había intranquilizado durante toda la semana. –¿Aquí o más arriba? – Déjeme por aquí me hace el favor. Subió y se sentó en la glorieta, por unos minutos, sintió una brisa fuerte que enfrió su rostro. De repente, el lugar se llenó de jóvenes con camisetas negras, cabellos largos, y con grabadoras sentados en el suelo escuchando Heavy Metal, y moviendo sus cabezas. Ella y Verónica sentadas en el piso reían y cabecean cantando a gritos Breaking the law. Esos destellos del pasado, iluminaban sus ojos y hacían girar su cabeza hacia el otro lado y lo veía a él, con una botella de vino en la mano, cabeceando y gritando la canción. Luego se detenía y sus ojos se encontraban con los de ella, ese momento no lo pudo olvidar jamás. Fue como si ese día, el pacto entre ellos lo hubiera firmado sus ojos por medio de una mirada cómplice, de reconocimiento en la que ambos habían quedado atrapados. Compró una cerveza y empezó a beberla de prisa, más rápido, quería que pasara ese momento y volver a sentirse… “normal”. Pero el recuerdo ahora era impasible y su presencia parecía inmutable en esa noche tan larga.


Termino su cerveza y vio unos ancianos que pasaban frente a ella cogidos de la mano. Se levantó, sonrió, una lagrima mojó su mejilla y murmuro, - adiós Danny…


Rubén Darío Reyes
(Profesor de lengua castellana y literatura)


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