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viernes, 16 de junio de 2023

Día del Padre y la formación de nuestros hijos

| Trabajo inspirado del libro "Para entrenar a un Niño" de Michael & Debi Pearl | Empecemos el entrenamiento y enseñanza de nuestros hijos tan pronto como nos sea posible, de manera que el mismo pueda fijarse en nosotros y, así, responder a nuestras expresiones faciales. No dejemos pasar mucho tiempo para introducir un elemento ajeno a su vida para que se vaya acostumbrado a cómo será la vida y pensando que entiende de ella. Dejemos que el aprendizaje, el entrenamiento, la educación permanente y el trabajo, sean parte de su vida desde los primeros momentos en que son conscientes. Si nos preguntamos a qué edad debemos empezar a educarlos, a disciplinarlos y a qué edad debemos empezar a enseñarles la importancia del esfuerzo por conseguir algo, o mismo a trabajar, tenemos que hacerlo ya desde antes de su primer cumpleaños, porque si no lo hacemos, serán educados sin nuestra participación. Un árbol joven crece conforme a cómo lo doblamos. Pero si no lo doblamos, de todos modos crecerá y tomará su propia forma, aunque no como lo quisiéramos. Tomará su forma de acuerdo a los vientos que seguramente nunca soplan de la dirección más indicada. Desde el primer día, cada momento consciente en la vida de un niño es un entrenamiento; cada evento, y cada ausencia de evento, es una enseñanza, preparándole para el resto de su vida. Si los ojos de un niño ven, su lengua saborea, su nariz huele, sus manos sienten, o sus oídos oyen, entonces se lleva a cabo un entrenamiento. Los padres no tienen que iniciar un programa, apartar tiempo ni enfrentar al niño de alguna manera especial para que se realice el entrenamiento. El entrenamiento y la educación nunca terminan ni descansan. Un niño se desarrolla con o sin nuestro aporte. Si nosotros no dejamos huella deliberadamente en cada etapa de su desarrollo, deberemos despertar a la realidad de que otro lo está haciendo. Un niño al que se le deja solo en la cuna o en un cuarto está siendo educado. Todos los eventos iniciados por el niño que resultan en consecuencias, sean éstas buenas o malas, son educación. Si un niño realiza una experiencia y encuentra que las consecuencias son placenteras, está siendo educado a repetirla. Si las consecuencias son desagradables, entonces debemos buscar evitarla. Si un infante se mete el dedo en su ojo, el dolor le desanimará a repetirlo, pero probablemente lo intentará con nuestro ojo. Esto a menos que le hagamos desagradables sus avances inoportunos. La primera vez que un infante tire de nuestro pelo, si le damos unas nalgadas jamás volverá a tirar del pelo. Una probada de un juguete de plástico le comunica que no es para comer. Estas experiencias son físicas, y fáciles de entender, pero ¿qué pasa con el entrenamiento del alma? Si un niño juega solo y se frustra con un juguete, se enoja; entonces su reacción, si se queda sin disciplina, le entrena a tratar su entorno con enojo. Si un niño llora por soledad y se le recompensa con levantarlo, entonces le has enseñado a volver a llorar en cualquier momento en que quiera controlar a los adultos que le rodean. Cuando a un niño se le dice que no y éste responde con un berrinche, si sus padres ceden en lo más mínimo a sus demandas, entonces le han enseñado a ser berrinchudo. Se convertirá en un hábito de toda la vida, iniciado a los tres meses de edad. Lo que no hacemos como padres tiene tanta influencia como lo que sí lo hiciéramos. Si le permitimos a un niño hacer algo placentero varias veces, sin ninguna consecuencia negativa, entonces desarrollará una preferencia y un hábito. Si le permitimos jugar con un juego de llaves viejas, le hemos enseñado a jugar con nuestras llaves. Si le permitimos quitar la comida de nuestra mano, le hemos entrenado a tener malos modales en la mesa. Si le permitimos levantarse después de acostarlo a dormir, le hemos entrenado a ignorar nuestras órdenes y tomar sus propias decisiones en cuanto a dormir. Y podremos decir, “Pero no era mi propósito estarle enseñando.” Toda respuesta de parte de los padres es un entrenamiento. Todos los “no hacer nada,” y “Tiene un carácter tan fuerte,” son entrenamientos sin igual. Así que, la pregunta no es si un niño está siendo entrenado o no, ni tampoco a qué edad. Sólo es cuestión de quién hace el entrenamiento y con qué fin. Cualquier individuo y todo mundo es un entrenador, incluyendo a otros niños. Los primeros seis meses en la vida de un niño son un tiempo mucho más formativos de lo que la mayoría de los padres alcanzan a comprender. Los primeros tres años moldean la personalidad y atestiguan el establecimiento de la visión del mundo del niño. Se les puede enseñar a los niños después de los tres años, pero mucho de ello es habilitar al niño a funcionar a pesar de las malas influencias recibidas en sus primeros años. Es muy importante la formación social de nuestros hijos... Si nuestro hijo no les cae bien a los demás, o a menudo se encuentra en conflictos; es afectado socialmente. Un niño tímido es inadecuado socialmente, al igual que uno que es ruidoso y exige toda la atención. Un bravucón, por un lado, y un chismoso chillón, por el otro, son inadaptados sociales. Un niño pronto desarrolla una perspectiva social. La investigación enseña al infante lo que es aceptable en su sociedad. Los niños siempre son influenciados por el temperamento de nosotros, sus padres. Si los padres somos sobreprotectores, demasiado sensibles, insensibles, enojones, egoístas, hostiles, etc., entonces los hijos tienden a ver el mundo a través del orden social que los padres mantienen en el hogar. Un niño aprende las reglas yendo a tropezones, chocando con los derechos de los demás; por ejemplo, cuando el pequeño trata de meter sus dedos en la boca o el ojo de otro, o cuando uno de dos años trata de quitarle algo a otro de cuatro años. Las reglas sociales se establecen en el egoísmo, vive y deja vivir a los demás, toma y da. Si se deja a la casualidad, un niño permitirá que sus valores sean establecidos por los peores elementos de la sociedad. Nuestro interés como padres debe ser el conocimiento de que si no asumimos el papel eficaz y temprano de comunicar la conducta social a nuestros hijos, entonces los niños van a recibir su educación del mundo en general. Nosotros los adultos nos alineamos socialmente por medio del orgullo, el temor de convertirnos en el hazmerreír de todos, el temor del rechazo o la vergüenza. Pero un niño pequeño es alineado únicamente por alguien que le fija los límites y le obliga a respetarlos. En lo que respecta de la formación moral, podemos decir que los niños nacen en este mundo sin convicciones morales. Nosotros, sus padres, fallan cuando no comunicamos convicciones morales a nuestros hijos. Un motivo de esto es que se empieza demasiado tarde. Los padres no empezamos a tratar de entrenar a nuestros hijos hasta estar convencidos de que éstos puedan recibir instrucción; pero para entonces, ya es demasiado tarde. Es el caso de los niños que tienen dos y tres años de edad. Solamente un entrenamiento temprano evitará a nuestro hijo caer en una conducta degradante. ¿Cómo debemos entrenar a un niño de seis meses? ... En los primeros meses y años de la vida de un niño, no vamos a poder darle un sermón acerca de la moral, pero sí podemos sembrar en buena tierra en su pequeña alma en desarrollo. Los niños están arraigados en las almas de aquellos con quienes se relacionan, incluso en cualquier ambiente. Nosotros, como padres, no podemos cambiar el ambiente en general. Tarde o temprano nuestro hijo va a tener que entrar al ruedo de la sociedad. Sin embargo durante sus años formativos, podemos meter su pequeña alma en nuestra tuya y darle un poco más de cielo antes de que descubra que se encuentra en un campo de batalla moral donde los malos casi siempre ganan. En lo que respecta de su formación laboral, sabemos que el trabajo es uno de los elementos de nuestra vida que con gusto eliminaríamos, si fuera posible. Todo trabajo duele. Necesitamos criarnos con el trabajo para acostumbrarnos a él y aceptarlo como una necesidad. Todo nuevo brote de entendimiento y toda habilidad recién adquirida en el infante o niño pequeño tienen que ser canalizados de inmediato hacia la productividad sana. Nunca se le debe permitir a un niño adquirir un atributo de mente o cuerpo y dejarlo ocioso. Si un niño de diez meses, capaz de recoger sus propias medias, se sienta y mira mientras su mamá los recoge, entonces está siendo mal entrenado (entrenado para ser flojo). Estaríamos perdiendo la mejor oportunidad de enseñar a un adolescente a ser trabajador. Los adolescentes aprenden a trabajar antes de cumplir los dos años de edad. Sabemos que un niño con menos de un año no es capaz de hacer lo más mínimo de trabajo productivo. Pero la pregunta para nosotros no es cuántos años debe tener un niño para que su trabajo sea valioso. La pregunta es “¿A qué edad debemos enseñar a nuestros hijos a trabajar?” La respuesta es: Conforme sean capaces de la más mínima participación, no importa cuán insignificante, deben ser involucrados en el trabajo. A los niños les encanta cocinar, limpiar, y hacer todos los quehaceres que hacen Mamá y Papá si suceden como rutina y se hacen en un ambiente de gozo. Si esto se maneja correctamente, jamás llegará el momento en que se asuste nuestro hijo al pedírsele que trabaje. Jamás titubeará ni se quejará. No podrá recordar un tiempo en que no estaba bajo la obligación de estirar su parte de la carga. Sus primeros recuerdos de la vida serán de haber formado parte de un equipo de trabajo. Con alegría se pondrá a hacer sus labores. De esto se trata la vida. Si esperamos hasta que el niño tenga cuatro años para pedirle que trabaje, se lastimará y se ofenderá que a él, el consumidor real de bienes y servicios, se le quiera humillar para hacer quehaceres de baja categoría. ¡Qué lata! ¡Qué dolor! ¡Qué miseria! La vida no debe ser así. Él ha vivido cuatro años maravillosos con varios sirvientes, ¿y ahora esperas que haga trabajo físico aburrido? Posiblemente lo hará si le obligamos, pero jamás le gustará, ni ahora ni nunca. ¿Debemos esperar hasta que sean suficientemente grandes para ser útiles en el trabajo antes de requerirlo de ellos? Solamente si queremos sentirnos como el villano más horrible del mundo y pasar la mayoría de nuestra energía emocional fastidiándoles para que hagan lo que siempre será un trabajo hecho a medias. Los niños deben aprender a trabajar al mismo tiempo que aprenden a jugar. Jamás se le debe permitir a un niño pensar que el orden del mundo es que él juega mientras los demás le sirven. No recojamos por nuestro niño. Si un niño puede sacar los juguetes del cajón entonces puede devolverlos. Hagamos que el trabajo sea parte del juego. Sentémonos en el piso. Disfrutemos de enseñarle cómo recoger los juguetes. Al decirle, “Pon tus juguetes en el cajón,” pon un juego en el cajón. Digamos otra vez y guiemos la mano del niño al devolver un juguete al cajón. Pongamos nosotros mismo otro juguete en el cajón, y otra vez digámosle mientras guiamos su mano al devolver otro juguete. Si al niño nunca se le permite dejar tirados los juguetes, entonces siempre tomará el tiempo para devolverlos, y nosotros jamás tendremos problemas para limpiar. Cuando tenemos que traer el mandado a la casa, debemos darle a nuestro pequeño una caja ligera para llevarla a la casa y alardear de cuán buen trabajador es. Al cargar bolsas de supermercado, démosle una para cargar. Al tirar algún líquido, enseñémosle a limpiarlo. Al podar el pasto, démosle al niño una bolsa y un rastrillo pequeño y enseñémosle cómo llenar la bolsa con el pasto cortado. Si se aburre, no le exijamos; avivemos su interés; hagámoslo divertido. ¿Qué cosa es horrible? Es un padre en casa el sábado, trabajando en el jardín mientras los hijos están sentados en frente de la televisión. No nos preguntemos cómo lograr que trabajen. No los podemos entrenar de una manera y luego esperar otros resultados. No obliguemos a nuestros hijos a trabajar a solas hasta que tengan la edad para tratar con el aislamiento. Aún entonces, debemos buscar las oportunidades para trabajar juntos. Si el trabajo incluye una convivencia calurosa, esto le quita el dolor. Si hemos desarrollado una relación de confrontación en torno al trabajo, estamos causando un perjuicio continuo. Si obligamos a un niño y jamás quedamos satisfechos, nos odiarán. El trabajo es doloroso, y así trabajamos para terminar con la tarea para que no tengamos más dolor. Si el trabajo no termina, si no hay ninguna recompensa, los hijos siempre se arrastrarán porque hacer el trabajo jamás resulta en alivio. Debemos darle un trabajo que tiene límites definidos y la recompensa de la libertad al llevarlo a cabo exitosamente. No le permitamos tener la libertad hasta que el trabajo se haya llevado a cabo exitosamente. Algunos padres han dicho que cuando empezaron a hacer que el tiempo libre de los niños dependiera de terminar el trabajo, los niños convirtieron un trabajo anteriormente de cuatro horas en una tarea de treinta minutos, y se divirtieron al hacerlo porque trabajaban para poder descansar. Si nuestro hijo es flojo y nunca hace el trabajo bien, entonces tenemos que asignarle una tarea con límites bien definidos y fácilmente definidos y quedarnos con él hasta que la termine exitosamente, felicitándole entonces por un trabajo bien hecho. Si la tarea es limpiar su cuarto, primero definamos claramente lo que queremos, con detalle. Escribirlo es una buena alternativa, si el niño puede leer. No lo fastidiemos ni nos quejemos. De manera tranquila pero firmemente mantengamos nuestro compromiso de que él no saldrá de su habitación para volver a su tiempo libre hasta que el cuarto esté perfectamente ordenado. Al principio va a arrastrar los pies, con la esperanza de vencer tu voluntad, pero una vez que esté convencido de que nuestra decisión es inapelable, cumplirá por pura flojera. ¿De qué otra manera va a descansar? Tenemos que mantener una actitud apacible, o todo se pierde. El error más grande es ver la educación como algo distinto a la familia, a la vida cotidiana. No debemos verla como un evento que empieza y termina de acuerdo con el reloj. Cuando se hace de manera más eficiente, no hay una edad en la cual empezar. Nada cambia. La enseñanza es la vida. La educación en el hogar no puede ser un evento del día; tiene que ser el día, la noche, el estilo de vida de los padres que educan en el hogar. Lo más importante es que siempre sea divertido. Si no es divertido para nosotros, no lo va a ser para ellos. La forma más pura de la educación en el hogar es un estilo de vida. Una madre joven le dice a su infante, “Dame la media azul. No, el verde no. El azul. Mira, éste es la media azul, como el vestido de Mami. Ves, este juguete es azul también. Gracias, eres un niño inteligente.” Otra madre le dice a su hijo de dos años, “Aquí están tres uvas pasas. Mira, cuéntalas. ¡Una, dos, tres!” Una madre dice a su hijo de tres años, “¿Cuántas pasas tienes? Correcto, cinco. Ahora dame una. Ahora ¿cuántas tienes? ¡Cuatro! ¡Cinco menos uno son cuatro!” ... Eso es la educación en el hogar. Los niños nunca se dan cuenta de que están en la escuela, y nosotros nunca nos sentimos como un maestro. No importa que los niños sepan detalles de cualquier tema; o si saben detalles, no importa que sus conocimientos sean completos. Es mucho más importante que desarrollen una actitud de aprender que aprender cierto material prescrito. Debemos pensarlo de esta manera: Nuestro trabajo como maestro no es prepararlos para un examen y para contestar preguntas. Nuestro trabajo es inculcarles un amor por aprender, disfrutar la investigación, ser inquisitivos, y saber que pueden aprender cualquier cosa que necesiten saber si simplemente disponen sus mentes. Lo peor que podemos hacer es atiborrarlos de conocimientos para que aprueben un examen, y dejarlos con un temor de aprender y un sentimiento de insuficiencia en sí mismos. Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi deseo que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo, y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha Prosperidad.* Claudio Valerio ®Valerius*
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