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jueves, 21 de abril de 2022

Humanidad en situación límite: pandemia, guerra y grieta

Cómo la realidad pandémica devela nuestra existencia relacional, y cuáles son las actuales formas de negación que multiplica el sufrimiento. La pandemia como crisis global y ahora la guerra en Ucrania como amenaza de un estallido nuclear, ¿podrían pensarse como situaciones límite que vive la humanidad, con riesgos abismales y, al mismo tiempo, posibilidades de comprensión y desarrollo? En este contradictorio contexto global-fragmentado, ¿hay forma de pensar en una humanidad y en la interrelación de quienes formamos parte de ella? ¿Qué podría revelarnos la crisis que atravesamos? Enfrentarse a la muerte o a la conciencia de la propia mortalidad por alguna circunstancia repentina es la situación límite por antonomasia. Karl Jaspers, filósofo y psiquiatra existencial planteaba las situaciones límite como “situaciones insuperables en las que se despierta a la existencia y hay un naufragio de la realidad inmediata”. Esto genera sufrimiento, nos confronta con la finitud, con la incertidumbre y el cambio constante de la vida. Al mismo tiempo, esta misma conciencia convoca a revisar nuestras formas de vida previas, y posiblemente a replantear prioridades. En la psicología clínica con orientación existencial, las situaciones límite en la vida de una persona son la vía regia al ser. Momentos de gran angustia y riesgo de patología, que, al desarmar el automatismo cotidiano, abren la posibilidad de despertar al propio devenir, a nuestros valores profundos, y a desplegar nuestra creatividad en nuevas formas de vida. Son preguntas que nos hace la vida. En el caso de la pandemia, por primera vez en la historia de la humanidad se vivió una crisis global y sincrónica donde hubo un corte en la cotidianidad, en los proyectos personales y colectivos, y una gran cercanía con la muerte. En el momento más álgido, incluso hubo cierta conciencia inédita de la posibilidad de extinción de la humanidad, literal como la de los dinosaurios y simbólica en cuanto a forma de vida. Porque ya no se trataba de un cambio climático “abstracto”, cuyas consecuentes catástrofes naturales ocurrían lejos para la mayoría de nosotros o en un futuro indefinido; ni de la indigencia de “otros” desde el punto de vista de quienes no sufrimos el hambre. La pandemia golpeó a todos, en el cuerpo, en los vínculos, en las pérdidas más o menos significativas que vivió cada uno. Como ha explicado el filósofo Edgar Morin, la pandemia ha sido una megacrisis, que pudo hacernos reflexionar individual y colectivamente sobre nuestro modo de vida, incluso sobre cómo la contemporánea estructura productiva es insostenible para la Tierra y para gran parte de la población que está bajo la línea de pobreza, y cómo esta “era planetaria” precisa otra forma de vida que reconozca nuestro “destino terrestre”. Una de las revelaciones pandémicas es la de nuestra inexorable vincularidad; es decir, la de nuestra existencia relacional. Hemos comprendido que estamos relacionados corporalmente, de China a la Argentina. También se hizo evidente nuestra vincularidad con la naturaleza, que reverdeció en el momento de nuestro freno productivo. Y hemos visto cómo este mismo parate económico internacional afectó el desempleo local. Por otra parte, el aislamiento también nos permitió apreciar la importancia de los vínculos afectivos que antes dábamos por sentado; la vitalidad de los abrazos que hemos dejado de darnos; la gratitud de encontrarnos con familia, amigos, de festejar un cumpleaños. Incluso a nivel de política nacional, por un par de meses la pandemia pudo tender un puente (al menos aparente) sobre la grieta, entre oficialismo y oposición. La gravedad relacional de la situación de salud colectiva, llevó a un breve encuentro entre nuestros representantes. Sin embargo, todo esto duró poco, o nunca terminó de desplegarse del todo. El excluyente paradigma nosotros-ellos, que al bloquear el diálogo y el encuentro niega la vincularidad y pretende la ilusión del aislamiento frente a la interdependencia, se reactivó con mucha fuerza, a distintos niveles. A escala internacional, la invasión de Rusia en Ucrania y su trasfondo geopolítico, con reminiscencias imperialistas y bipolares que atrasan medio siglo y de las que también participan EEUU y la OTAN. Con toda la muerte y el sufrimiento evitable que esto implica para quienes padecen este conflicto militar, y, al menos, para las dos siguientes generaciones. Por otro lado, a escala nacional y con un nivel de gravedad manifiesto mucho menor, pero con un daño crónico, la política argentina continúa el ya tradicional paradigma tribal nosotros-ellos que sostiene y reproduce la grieta, en un ciclo sin fin del fracaso de proyectos de país que en muchos sentidos se definen por la negación y acusación del otro. Hoy esto ocurre tanto entre oficialismo y oposición, como dentro de las coaliciones de ambos. Una cosa es disentir, otra es negar la posibilidad de encuentro y de construir sentidos colectivos, por ejemplo a través de grandes ejes de políticas públicas consensuadas que se pudieran mantener más allá de las alternancias de gobierno. Asimismo, la distancia y el anonimato del espacio virtual y de las redes sociales, así como la reducción del propio mundo al que llevan los algoritmos, a veces pueden acentuar esta exclusión de la alteridad. Uno no ve al otro mientras lo insulta por Twitter. Cuanto mayor sea la mediación de la comunicación, más se facilita la cosificación y deshumanización del otro, y por lo tanto la falta de encuentro. Por otra parte, la hiperinformación y la hipercomunicación en la que estamos inmersos, también facilitan la difusión acrítica y automática de noticias falsas, que respondan a los propios prejuicios y creencias en un monólogo excluyente. En el fondo de la crisis pandémica, pareciera estar la revelación encarnada de que el paradigma nosotros-ellos es poco realista. El llamado de nuestro tiempo quizá sea el de crear nuevas y amplias formas de encuentro, reconocer el nosotros que incluye a la alteridad como interdependencia, no como fusión. El filósofo Martin Buber explica el encuentro Yo-Tú como un reconocimiento mutuo y una apertura a participar del ser del otro y a abrir el propio ser al otro. Implica un vínculo co-construido y la alteridad como fin en sí mismo, a diferencia del intercambio donde se cosifica e instrumentaliza. Los psicoterapeutas conocemos bien el poder curativo del vínculo y del encuentro que lo nutre. Asimismo, cada cual en su vida cotidiana puede generar nuevas formas de encuentro Yo-Tú. Tal vez crear una política cotidiana del encuentro, pueda salvarnos. Por Gaspar Segafredo psicólogo existencial y relacional. Autor de ¿Quiénes somos después de la pandemia? *Psicólogo existencial y relacional Gaspar Segafredo es psicoterapeuta con orientación existencial y relacional. Licenciado en Psicología (UB), Licenciado en Comunicación Periodística (UCA) y Magíster en Relaciones Internacionales (Universidad de Bologna). Realizó estudios de posgrado en logoterapia y análisis existencial. Es terapeuta del equipo de adultos del Centro Ramón Carrillo (San Isidro, Buenos Aires). Miembro del equipo editorial de la Revista Latinoamericana de Psicología Existencial (ALPE). Docente de grado en la Universidad de Belgrano. //
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