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viernes, 29 de abril de 2022

Lo que los animales que elegimos para comer revelan sobre nuestras contradicciones

Al pensar en la alimentación, una posible pregunta es por qué comemos algunos animales, que actualmente criamos a escala industrial para este propósito, mientras que a otras especies no solo las excluimos del menú, sino que a veces las tratamos como miembros de la familia. Esto genera una disonancia cognitiva, ya que no podemos explicar, a través de nuestros valores, el permiso para explotar y matar a unos y la obligación y el deseo de cuidar a otros. ¿Qué tipo de diferencia hay, por ejemplo, entre un cerdo y un perro hasta el punto de que uno está destinado a la alimentación – pasando, antes del sacrificio, por crueles métodos de crianza – y el otro es tratado como un compañero, una mascota? El asunto se complica aún más si tenemos en cuenta que en algunos países los perros se consumen de la misma manera en que comemos a los cerdos. La imagen de un perro criado, vendido y tratado como alimento nos causa asombro y repugnancia a muchos de nosotros, pero no la de un cerdo. Tal incongruencia es un indicio de que hay algo más profundo allí que la idea de la alimentación como función para satisfacer nuestras necesidades básicas. En la década de 1960, el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss advirtió que la relación entre el ser humano y sus necesidades está mediada por la cultura. Esto significa que si bien es cierto que necesitamos satisfacer nuestras necesidades biológicas, la forma en que lo hacemos es importante. Todos necesitamos comer para mantener el cuerpo en funcionamiento, pero no comemos de la misma manera, o las mismas cosas, que otras personas o incluso otros grupos sociales dentro de nuestra sociedad. La alimentación, como muchas prácticas que adoptamos, sigue patrones culturales, que están moldeados por creencias y cosmovisiones desarrolladas por dinámicas sociales y procesos históricos complejos. Es cierto que en nuestra alimentación influyen factores geográficos, climáticos, económicos o coyunturales. Pero el hecho es que, excepto en situaciones extremas, lo que comemos forma parte de elecciones entre una serie de otras posibilidades. El punto de vista utilitarista ve "proteína" en lugar de un animal. Y el utilitarismo como cosmovisión es el resultado del pensamiento moderno, antropocéntrico e individualista, que crea una jerarquía entre las especies y trata de reducir la importancia de la colectividad para los seres humanos. Comer es un acto social, con significados colectivos, por lo que mirar sólo el componente biológico es reduccionismo crudo. No es casualidad que el antropólogo brasileño Roberto DaMatta haga la distinción entre alimento y comida. Para él, el alimento es lo que se ingiere para mantener las funciones del cuerpo, pero la comida es algo más integral, ya que conecta a una comunidad más amplia. Pero vale la pena recalcar: salvo en situaciones muy excepcionales, en las que nos alimentamos para sobrevivir, normalmente lo que hacemos es comer. Esto nos lleva de vuelta a los animales que elegimos comer. Entre muchos pueblos existen tabúes alimentarios que, según sus cosmologías, prohíben el consumo de unas especies mientras permiten otras. Se trata, por supuesto, de una arbitrariedad cultural, a menudo relacionada con aspectos religiosos, que no guarda relación con ninguna propiedad nutritiva. En el caso de muchas sociedades occidentalizadas, la prohibición tiene que ver con procesos históricos de domesticación animal, extendidos a diversas partes del mundo a través de la colonización europea. Entonces, si la explicación de comer ciertos animales y no otros tiene una razón cultural, y no biológica, el consumo de cualquier animal es también producto de esquemas simbólicos que nada tienen que ver con las propiedades alimenticias. Por lo tanto, comer animales, de cualquier especie, sabiendo que no son la única ni la mejor fuente de nutrientes (como las proteínas), es una elección y no una necesidad. Si bien la cultura es fundamental para la humanidad, no es rígida ni inmutable. Cambia a medida que se transforman nuestros valores. Y estos valores sufren transformaciones cada vez que se pone a prueba su coherencia ética. Es así que no deberíamos alegar motivaciones culturales, a menudo sobre la base de la "tradición", para persistir con prácticas que son opresivas. Por tanto, es necesario desarrollar nuevos esquemas culturales capaces de producir nuevas prácticas, más acordes con los valores éticos que defendemos. Julio Talhari (Doctorando y Magíster en Antropología Social de la Universidad de São Paulo - USP) - Colaborador de Million Dollar Vegan en Argentina y Brasil //
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